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Cuéntame un cuento y verás qué contento.

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Gracias al Ciclo Superior de Vitivinicultura del IES La Guancha y el proyecto Eurovitisos* hace poco tuve la oportunidad de pasar dos semanas en la región vitivinícola de Borgoña. Pasamos tiempo compartiendo información con el profesorado del Liceo Vitícola de Beaune, conociendo la región, su historia, sus paisajes, sus bodegas y los distintos vinos. Fue una experiencia intensa e interesante de la que saqué una enseñanza fundamental: Hay que saber contar las cosas.

La Borgoña es una región con un gran desarrollo económico basado, entre otras cosas, en la producción de vinos y, sobre todo, en trasmitirlo y saber contarlo. Una historia que tiene su auge en el siglo XII y dura hasta hoy, empezando por la orden cistercienses de la abadía de Pontigny y, posteriormente, el Ducado de Borgoña (siglos XIV y XV) y en concreto Felipe II el Audaz por el que se dictan las primeras normas protectoras de una cierta calidad en el vino. A lo largo de los siglos siguientes la región vinícola ha sufrido significativos altibajos, hasta el periodo entre 1985 y 1995 donde muchos dominios borgoñones renovaron sus esfuerzos en las viñas y establecieron un nuevo modo de hacer, presentándonos los vinos más profundos y complejos que conocemos actualmente que, aunque tengan sus detractores, tienen un alto reconocimiento internacional.

A pesar de que su resurgimiento es de finales del siglo pasado han sabido mantener la tradición y la historia de la región como pilar fundamental del marketing de sus vinos. Solo hay que recorrer la región para observar cómo utilizan sus elementos históricos para convencernos y convencerse del gran producto que tienen entre manos. A mi entender es un perfecto uso del Storytelling, para crear valor y difundirlo. Todos están convencidos y así lo trasmiten.

Reflexionando sobre este particular con un grupo de amigos llegamos a la conclusión que los vinos de Tenerife tienen elementos suficientes para poder contar también una historia y así ayudar a su comercialización. Más allá de posibles diferencias podemos ponernos de acuerdo en un conjunto de hitos mínimos que nos permitirían tener una historia muy interesante que contar de cara tanto a los potenciales consumidores locales como consumidores de otras latitudes del planeta:

  • Una historia que podría contar con espacios exóticos como un conjunto de islas en medio del Océano Atlántico, de carácter volcánico y con condiciones geográficas singulares: altitud, corriente fría de Canarias, vientos alisios, cercanía al Sahara, desierto cálido más grande del mundo, etc.
  • Y gracias a ese conjunto de casualidades geográficas presentar un clima singular, caracterizado por la abundancia de microclimas que dependen de la altura y la orientación.
  • Dado su carácter volcánico, contarían con suelos jóvenes y en proceso de creación, que no podrían evitar dejar su impronta en todo los que se cultiva en ellos.
  • Un espacio que podría contar con una historia mestiza de alto interés cultural. Colonos de distintos sitios irían llegando y asentándose en las islas y cada uno portando su propio stock biológico y cultural.
  • Y entre ese material que llega, cepas que han recorrido medio mundo conocido para ocupar suelo agrícola. Cepas centenarias que al no ser afectadas por la filoxera, se convertirán en un material genético único en el mundo.
  • Y todas esas condiciones naturales y culturales favorecerían la aparición de vinos originales y de alto interés. En momentos de la historia de la humanidad los vinos de esas islas podrían ser muy codiciados por los mercados, convirtiéndolos en uno de los primeros vinos de reconocimiento internacional.
  • Pero también una historia vitícola plagada de anécdotas: momentos de picaresca, momentos violentos y de rebeldía, momentos de crisis y cultivos anecdóticos para volver a resurgir recuperando cepas y tradiciones olvidadas.

Vamos…, que parece que hay material para contar una buena historia, una historia que nos permita persuadir a los potenciales consumidores que se encuentran delante de un producto único y de alto valor, como el de la Borgoña.

Aristóteles, el padre de la persuasión, nos reveló que los tres elementos clave para persuadir son: ethos, logos y pathos. La primera de ellas se refiere al carácter y la credibilidad; la segunda apela a la lógica (un argumento debe tener una razón); mientras que la última de ellas tiene que ver con la emoción. Por lo tanto, las dos primeras no tienen sentido sin la última. En nuestro caso, estoy convencido que disponemos de las dos primeras y solo nos hace falta desarrollar de forma consciente la última.

Por lo tanto, como ya decía el grupo Celtas Cortos por la década de los 80 del siglo pasado: Cuéntame un cuento y verás qué contento. Aunque igual me equivoco.

Publicado originalmente en el Blog de la Denominación de Origen de Vinos Tacoronte-Acentejo en el mes de junio.

Imagen: pixabay.com

* Eurovitisos es un proyecto englobado dentro del programa europeo Erasmus+ que pretende ofrecer oportunidades de estudio, adquisición de experiencia y voluntariado a los jóvenes europeos y que, en este caso concreto, está promovido por el ciclo de Vitivinicultura del IES La Guancha en Tenerife y participado por la Universidad de Madeira (Portugal) y el Lycée Viticole de Beaune Eplefpa de Borgoña (Francia).

El cordón trenzado, recuerdo de nuestro pasado agrario.

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Para entender la importancia de lo que queremos contar, el lector se debe situar en otro momento de la historia de Tenerife, en el que producimos y exportamos los vinos más demandados en Inglaterra y los mercados en auge de las trece colonias americanas. Desde principio del siglo XVI y durante un periodo de algo más de 200 años, nuestro vinos, primero el malvasía y posteriormente los conocidos como vidueños, fueron los responsables del desarrollo económico, territorial y social de esta isla.

Ahora se tiene que imaginar la Isla-Montaña en la que vivimos, cuyo carácter volcánico y sus marcadas pendientes se traducen en escaso suelo útil para la agricultura. Y es en estas condiciones donde los agricultores responsables de producir la materia prima que servía como base para los vinos tan adorados por Shakespeare tenían que recurrir a la imaginación y a la inteligencia, alimentada por la observación de la naturaleza, para completar su dieta y, en definitiva, la subsistencia de sus familias, con otros cultivos, como la conocida papa.

El cultivo de la vid, en concreto de la variedad malvasía, exigía dejar varas (entiéndase ramas) largas con yemas suficientes para una buena fructificación y, al mismo tiempo, un número amplio de hojas que captará la máxima cantidad de energía solar posible y así pudiera dar el fruto en la cantidad y calidad demandada. Esto obligaba a ocupar una gran superficie de terreno para poder cubrir las necesidades de un mercado ávido del jugo de la uva.

Es en el Valle de La Orotava donde dieron con una imaginativa solución: entrelazando los sarmientos de la viña y manteniéndolos separados del suelo consiguieron diseñar una forma de cultivo móvil que se extiende a lo largo del terreno cuando es necesario pero que se puede recoger y retirar en otros momentos del año y dejar espacio para otros cultivos complementarios tan necesarios. Deben visualizar plantas en contacto con la tierra en un solo punto situado en el borde de las parcelas, suspendidas sobre el suelo a una altura de 60 centímetros por palos de madera y con una longitud superior a 10 metros; todo un espectáculo que requería una gran labor manual, artesana, para trenzar sus sarmientos así como el resto de labores asociadas.

Este singular manejo del cultivo, que los entendidos han llamado Cordón Múltiple,o Cordón Trenzado hacía de la agricultura del Valle una forma de producción agraria que dibujo un paisaje singular en la isla y de alto valor estético. Todavía hoy, a pesar de no ser necesario del todo este tipo de técnicas ya que hemos desarrollado algunas más eficientes, si recorremos las medianías de los municipios de La Orotava y Los Realejos, podemos observar fincas que siguen manteniendo la viña de esta singular forma. Agricultores y bodegueros románticos que aman y preservan una técnica que ha sido parte de nuestra historia creando paisaje, deben ser reconocidos como protectores de este valor patrimonial que no debemos olvidar y, mientras las fuerzas nos acompañen, reivindicar su protección y promoción como labor artesana y constructora de nuestro amado territorio.

Publicado originalmente en el primer número de la revista cultural Chinegua en la que colaboramos en su sección de Cultura del Vino.

¿Quién cuenta mi historia?

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Desde hace algunas semanas tengo clavada en la retina la imagen de la actriz Jennifer Lawrence en la última edición de la entrega de los premios Oscar (la pueden ver aquí,). Verla saltando entre butacas con una copa de vino en la mano me ha hecho pensar en lo importante que son las referencias para nuestros gustos y nuestras decisiones como consumidores. A mi me gusta ese gesto gamberro, informal y contradictorio y estoy convencido que vende más vino que muchas campañas de las que encargamos hoy en día. Su expresión pilla y gesto irreverente con el protocolo establecido, es una imagen muy explotable desde el punto de vista del marketing y una referencia para jóvenes.

Nosotros somos influenciables. Buscamos ídolos a los que imitar y parecernos (incluso de adultos, aunque no lo hagamos de forma tan evidente…o a lo mejor yo soy un poco inmaduro, no sé). En cualquier caso, es evidente que el público joven busca modelos a los que imitar y en eso se ha basado el marketing para dar visibilidad a todo tipo de productos. Seguro que se le vienen a la cabeza momentos de películas de cine y programas o series de televisión en que se aprecian de forma evidente productos alimenticios, ropa o productos de lujo – ¿Quien no recuerda los automóviles en que James Bond persigue a los malos? -, revistas llamadas de sociedad en la que se hacen reportajes fotográficos donde prima los trapillos de las famosos. En este sentido, siempre me llamó la atención la inversión que hizo la industria tabaquera en los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado, cuando firmaron acuerdos con las grandes productoras como Paramount y Warner para que actores como Clark Gable, Spencer Tracy, John Wayne o Humphrey Bogart fumaran en sus películas. Esto se prologó décadas después y sirva como ejemplo el siguiente dato: entre 1979 y 1983, la compañía Brown & Williamson Tobacco, el tercer fabricante de cigarrillos de Estados Unidos, invirtió en torno a 840.000 euros para que sus marcas apareciesen en veintidós películas. Un pastón.

La publicidad indirecta o por emplazamiento es una técnica habitual en el marketing, la vivimos a diario y los personajes públicos reciben sustanciosos dividendos (en dinero o en especias) por prestarse a usar uno u otro producto. Esto ha funcionado siempre y se ha convertido en la forma de vida de famosos y, en los últimos tiempos, con el gran desarrollo de las redes sociales, han consolidado la figura de los influencers. Un influencer es una persona que cuenta con cierta credibilidad sobre un tema concreto, y por su presencia pública puede llegar a convertirse en un prescriptor interesante para una marca. Todos tenemos presente los casos de Robert M. Parker o José Peñín y hechos puntuales como que un vino tinerfeño sea elegido para ser servido en una cena de Barack Obama o como el famoso cocinero José Andrés hace que se agoten las existencias de un vino con solo publicar un tweet en el que afirma sobre él: “my WINE of the Summer”.

Esto se ha ido popularizando por el gran Boom de las redes sociales y encontramos jóvenes con significativos número de seguidores que ofrecen la posibilidad de hablar de nuestras marcas. A mi entender esto ha llegado convertirse en una plaga, presionando e incluso llegando en algunos casos de prácticas abusivas (me han dicho que no diga chantaje), que, en la mayoría de los casos, no tiene el efecto publicitario que se debería esperar. Tengo la sensación que estos youtuber o Instagrammer, como se autodenominan, lo que si han conseguido es promocionar un modelo de negocio, pero poco más, ya que cada vez hay más personas que pretenden hacer de esto una forma de ganarse la vida, aunque, volviendo a la definición, no ofrecen mucha credibilidad.

Utilizar influencers o prescriptores para dar visibilidad a nuestros productos puede seguir siendo una buena idea pero siempre seleccionado bien las personas e identificando aquellos que por sus valores, estilo y tono se asemejen a nuestro negocio, a nuestra estrategia, a lo que queremos contar. Elijamos bien a los que van a hablar de nosotros, busquemos personas con capacidad de generar opinión y reacciones en otros usuarios pero que sepan de nuestro sector. Busquemos la calidad frente a la cantidad. Y, por favor, no olvidemos que para que esto funcione debemos tener una historia que contar. Una historia que que, por su puesto, tenga credibilidad y lógica, pero sobre todo, emoción. Y las personas que van a hablar de ella se la deben creer, sentirla como suya propia. ¿No creen?

Posdata: Mientras escribía este post mi amigo Francis Ortiz sacó uno sobre el mismo tema. Y me ha gustado saber que tenemos opiniones coincidentes.

Publicado originalmente en el Blog de la Denominación de Origen de Vinos Tacoronte-Acentejo en el mes de mayo.

Imagen: pixabay.com